jueves, 26 de julio de 2012

Gustav


Gustav tenía 12 años cuando ocurrió el accidente. Y es el accidente porque no fue un accidente cualquiera, fue el accidente que le cambió la vida. Gustav tenía 12 años cuando tuvo que empezar de cero. Y cuando digo empezar de cero no me refiero a empezar en una nueva ciudad, en un nuevo colegio, con unos nuevos amigos… No, no, Gustav comenzó completamente de cero. Tuvo que (re)aprender a hablar, a caminar… Tuvo que (re)aprender a hacer absolutamente todo, incluso tuvimos que recordarle quiénes eran Papá y Mamá. Muchos adultos estarán pensando en las grandes cantidades de dinero que pagarían por tener una oportunidad como esa. Tener una vida totalmente en blanco, poder rectificar los errores cometidos, volver a nacer… No saben lo equivocados que están. Aunque no lo parezca, a los 12 años es demasiado tarde para volver a nacer, hay cosas que a los 12 años ya no se pueden aprender. Gustav nunca fue un niño normal, no a partir de entonces. Podía parecerlo físicamente, siempre fue alto para su edad, con el pelo castaño y una bonita sonrisa, pero bastaba mirarle a los ojos para entender que algo no iba bien del todo. Sus grandes ojos de renacuajo miraban a su alrededor sorprendidos, entusiasmados, parecía que cualquier cosa podía captar su atención. Gustav antes era Gustave pero él nunca aprendió a escribir bien la e, así que con el paso del tiempo todos empezamos a llamarle Gustav.
Mamá nunca llegó a superar el accidente. Y Papá… Bueno, él se empeñó en hacernos creer que sí, pero no hubo ni una sola noche en la que Papá no llorara. Mucha gente a lo largo del tiempo me ha preguntado por qué yo tuve que cargar con Gustav. Y yo siempre contestaba lo mismo. No podría haber sido de otra manera. Para mí Gustav nunca fue una carga, para mí fue todo lo contrario. Tenerlo junto a mí cada día fue una oportunidad que no pude desaprovechar. Fue quien me mantuvo atada a mi parte de niña. Fue mi Peter Pan particular.

viernes, 13 de julio de 2012

Aloha


Hola amigüitos!

El SummerParadise abre sus puertas para recibir a todos aquellos que odian las despedidas y que (al menos a partir de ahora) juran solemnemente no volver a despedirse. Así que una vez hemos desterrado a ese maldito adiós de aquí solo me queda deciros que aquí encontraréis los textos que yo misma vaya escribiendo, tal y como ocurría en Rojo Fuerte Color Sangre, que (como podéis leer aquí) ha sufrido un cambio grandregrande y en él ya no hay sitio para los pequeños.

Este rinconcito aún está en construcción así que supongo que poco a poco iréis viendo pequeños cambios, creo que ya va siendo hora de que aprenda a modificar el blog como yo quiera (sin cutreces de por medio).

Y eso es todo por hoy, espero leeros pronto!